Aquel verano decidimos conocer algo de los pirineos. Nos habían hablado mucho del Valle de Arán. Cogimos la autocaravana y nos dirigimos hacia allí. De vez en cuando parábamos un momento y mirábamos el mapa. Calculábamos que estábamos cerca cuando nos encontramos con un túnel. No nos fijamos en los carteles así que no nos dimos cuenta de su longitud. Nos adentramos en la oscuridad, la carretera se estrechaba cada vez más y la oscuridad nos tragó. A cada segundo creíamos que la luz se vería al final pero no era así, los kilómetros se sumaban. Toni agarraba fuerte el volante y yo no me atrevía a hablarle. El parecía asustado ya que cuando nos cruzábamos con otro coche parecía no haber sitio para los dos en la carretera. Yo no iba asustada, era más bien impresionada, dolida. Una sensación extraña se apoderaba de mí a cada kilómetro que avanzábamos. Cruzábamos las entrañas de la tierra y yo sentía su dolor. Cuando al fin la luz se dibujó al final del túnel mis pensamientos no estaban allí, se habían quedado atrapados dentro, escuchaba en mi interior una especie de llanto, el llanto de la madre tierra, esa madre tan bondadosa que nos brinda su ser para que vivamos en él, que nos alimenta con sus frutos, que nos ofrece sus maravillas para que las disfrutemos, y me preguntaba como podíamos ser tan desagradecidos que la tratábamos tan mal… talando y quemando sus bosques, matando sus animales, invadiendo sus costas, rebajando sus montañas… y la taladrábamos de esa manera tan monstruosa solo para satisfacer nuestros egoístas intereses.
jdiana
1 comentario:
Precioso escrito mi niña!!
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