Era una calurosa tarde de verano y una amiga me había llamado para preguntarme si me apetecía dar un paseo por el campo. Iríamos al lago y nos podríamos dar un baño. No tenía nada mejor que hacer así que acepté y me recogió en el coche junto con otros dos amigas. Para acceder al lugar donde siempre nos bañábamos había que hacerlo andando, así que aparcamos a un lado de la carretera , cogimos las mochilas y nos dispusimos a dar un largo paseo bajo el sol brillante. Ese lugar siempre ha sido maravilloso, un camino campo a través, entre pinos , romero, hinojos y esparragueras pero ese día el terreno estaba más seco que de costumbre. Cierto que aquel verano era más seco que otros atrás. Apenas había llovido durante el invierno y la primavera ya había sido bastante seca. Íbamos sudando , saboreando el refrescante chapuzón que pensábamos darnos y charlando sobre el cambio climático, sobre los efectos sobre la naturaleza tienen que los actos de los hombres, sobre el dolor que le causamos a la madre tierra y nos la imaginábamos llorando a causa de ese dolor, cuando llegamos al borde del lago y nos quedamos con la boca abierta al ver que su orilla había bajado tanto que era imposible bañarse en él ya que habríamos tenido que saltar y después hubiera sido imposible subir de nuevo. Nuestro desencanto fue tremendo. ¿Adiós baño!. El efecto de la sequía era mayor de lo que pensábamos. Ahora sí que veíamos a la madre tierra triste, dolorida, con su carne, la tierra, desgarrada y seca.
Dimos media vuelta y volvimos al coche. Con la charla no nos dimos cuenta de que el cielo se había cubierto de nubes hasta que comenzaron a caer unas gruesas gotas de lluvia, calientes pero oportunas. A fin de cuentas íbamos a refrescarnos aunque no fuese como habíamos planeado.
En el camino de vuelta, ensimismada, o quizás medio dormida, no puede evitar de tener una visión. Era la madre tierra, una mujer hermosa y exuberante, llorando al ver su cuerpo seco y herido, sus lágrimas salían de sus hermosos ojos, unos mares inmensos, resbalaban por sus mejillas y se deslizaban formando en los huecos de su cuerpo pequeños oasis que devolvían la fertilidad a su piel. Así su llanto no era en vano. Tranquila al fin me quedé dormida mirando las lágrimas de la madre tierra golpeando los cristales.
jdiana